Dios ha tocado todos los palos del dolor, los ha vivido uno a uno en su propia carne. Ayer agonizaba de dolor en Getsemaní, porque su cabeza no paraba, se sentía cercado por esos pensamientos que vienen de fuera y nos hacen tanto daño. Los psiquiatras llaman ?anticipación? a esa acción de anteponer la angustia a un acontecimiento que se vivirá en el futuro. Jesús padeció esa anticipación, y además en soledad. Por tres veces se levantó para despertar a los discípulos que escogió para no quedarse solo. Sobre esta actitud, los psiquiatras también tendrían algo que decir, ya que la intranquilidad del movimiento es consecuencia de un cuadro de inestabilidad interior, de un nerviosismo que no se controla. Hasta ese dolor tan de nuestros días, que proviene de nuestros cortocircuitos interiores, el Señor los llevaba consigo y se fue con ellos al patíbulo. Y luego se quedó solo, solo en la cárcel. Sin sueño, hablando con su Padre toda la noche para no morirse de tristeza. Hay un hermoso cuadro de Jose de Páez que se llama ?El divino preso en la casa de Caifás? que nos muestra aquella dolorosa soledad.
No hay momento en el día más placentero que la primera hora de la mañana, cuando, como estos días, aparecen esos pájaros felices que intuyen que empieza a cuajar la primavera. Al Señor lo levantaron a golpes y a golpes se lo llevaron. Muchas personas han sufrido los golpes de los miembros de la propia familia, como le pasó al Señor, ya que cada ser humano es su familia, san Juan los llama ?los suyos?, ?vino a los suyos y los suyos no lo recibieron?. No hay dolor más grande que el relato de Truman Capote sobre su infancia. Sus padres no le querían, le decían que se fuera a su habitación a jugar. Sí, eran educados con él, le daban de comer y también le daban besos, pero no querían compartir su tiempo con él. Y ese dolor le hizo agujeros en el alma.
Y llegó la cruz, ?cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí?. Atraer es un verbo maravilloso, porque todos lo entendemos. No hay más que pensar en las cosas que nos producen esa atracción. Hace años, una amiga me decía paseando por la Quinta Avenida de Nueva York, ?¿pero no miras a ninguna parte?, ¿no notas como todas las tiendas te llaman?? Cuando los novios me cuentan cómo se conocieron, usan ese verbo del Señor, ?ella me atrajo sin yo ser muy consciente?. El hombre es seducido por las cosas y por las personas, porque los sentidos son las ventanas del mundo. Lo fascinante, es que el Señor use la atracción desde el lugar más terrible, el de la condena y el dolor, algo frente a lo cual todos volveríamos el rostro. Pero Jesús nos quiere decir que sólo la vulnerabilidad de Dios, no los ejércitos celestiales, provocan en el alma algo tan pequeño como una lástima incipiente, y esa lástima crece y se convierte en ternura, y poco a poco la atracción nos va ganando el corazón. Dios nos termina por alcanzar con su debilidad.
El Señor dio su vida en la cruz como el gesto último de una vida entregada. Ayer por la noche di la unción a una mujer que se estaba muriendo. He visto a mucha gente en el trance de marcharse de este mundo y sus ojos lo están diciendo, andan con un desasosiego que no parece doloroso, una especie de hartazgo de vivir, unas ganas de irse. En el momento de darle la unción, le dije a su hija, ?quédate con todo lo que ella te ha dado, tu madre dio la vida por ti, haz inventario de sus actos de entrega, es tu patrimonio?. No es el dolor el que nos hace libres, sino el hecho de dar la vida. El reto no es evitar el mal, sino dar el corazón. Sufrir es algo circunscrito a las cuatro paredes de la carne, y se realiza en silencio, pero dar la vida implica inmediatamente al otro. Una hija ante su madre moribunda no puede quedarse con ese dolor último, sino con todo el peso de la entrega de su madre.
El Señor se va a morir, y no es ninguna alegoría. Hasta el misterio de su final en la tierra, Dios agotará cada segundo de sí mismo. Pero en el misterio de su muerte entraremos mañana?
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