Soy del club de los que entienden a santo Tomás, porque todos gozamos del regalo de los sentidos y los necesitamos tanto como dormir bien. Hay mucha tristeza cuando alguien nos dice que es ciego, o que jamás disfrutará con la música porque lleva dentro un silencio terrible. ¿No se nos ha dotado de la alegría de la vista?, ¿no nos procuramos toda la información a través de ella? La lectura de un buen libro, por ejemplo, es justamente el cumplimiento del sentido de la vista, porque veo y entiendo y disfruto. ¿Y el tacto? Hace años me contó una madre que perdió a su hijo en la playa, no definitivamente, claro, lo que se dice perderlo de vista durante un tiempo terrorífico. No es lo mismo esconderse en casa y jugar a ser encontrado, que perderse en ese mar de gente sin rostro que es una playa de Cádiz. Los padres anduvieron en su busca cerca de una hora, los altavoces pronunciaron su nombre un millón de veces, y nada. Al final, el chaval apareció en un corrillo de familias viendo un pez muerto sobre la arena, el pez y el niño tenían la misma cara de susto. Nada más verlo allí, tan quieto, tan concentrado, tan ajeno a todo, los padres lo abrazaron y lo besaron mucho. Era la hora del tacto, porque una hora sin el tacto sobre el hijo de las entrañas, aunque suena a copla española, es una eternidad.
Que los sentidos son las llaves del mundo lo sabemos bien, porque van abriendo las puertas de la realidad, una tras otra. Eso lo advertimos sobre todo cuando estamos de vacaciones. Fui feliz en Trieste, tenía el museo de la Revoltella enterito para mí, pisé las alfombras de salones antiquísimos como si estuviera descalzo, y notaba el calor de los siglos. Vi cuadros maravillosos en los que permanecí más de media hora en cada uno. Llevaba todos los sentidos despiertos, como recién levantados. ¿Entonces?, ¿no es normal que Santo Tomás quisiera ver y tocar al Señor por el que había dejado otras elecciones en la vida? Lo había dejado todo por Él, ¿no era normal que amontonara todas las pruebas posibles para seguir adelante?
La delicadísima recriminación del Señor al apóstol sólo buscaba despertarle el único sentido capaz de dar plenitud a su vida: el sentido de la fe. Es, por cierto, un sentido que usan todos los novios del mundo el día de su matrimonio. Delante de los amigos y de la familia, arrojan al cielo de la iglesia un acto de fe. No dicen que se van a amar para siempre, eso sería un brindis al sol facilón, sino que se amarán todos los días de su vida, una apuesta en toda regla. Eso buscaba el Señor en Tomás, hacerle ver que sin una confianza profunda en Él, todo el resto de sentidos es engañoso. Fiarse. Qué palabra. Pedro no se fió y se hundió en el lago de Tiberíades. Santa Teresa se fió y realizó decenas de fundaciones. Creer en el fondo es amar, es un verbo de su misma naturaleza. Quien ama a alguien tira para delante con todas las consecuencias, va ligero y sereno. El que ha aprendido a amar, sabe que no puede vivir sin creer que lo venidero vendrá en compañía, y que siempre gozara de ella. ?Si tuvierais fe como un grano de mostaza?? La fe abre más puertas que los cinco sentidos, la hemorroísa quedó curada porque se fió.
En fin, que entiendo a Tomás, pero qué torpes seríamos si pensáramos que dentro de nosotros sólo hay cinco sentidos.
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